Lo que empezó con Vizcarra se ha profundizado con Sagasti.
Sigue siendo un desastre el manejo de la salud pública en medio de la pandemia. Los sosos y enrevesados mensajes del Ejecutivo no ayudan a discernir sobre qué medidas tomar desde el criterio personal a partir de las «nuevas» políticas nacionales sobre lucha anti-covid.
El desconcierto colectivo se mantiene debido al bombardeo mediático de una y otra cosa (segunda ola, nueva cepa, variante británica, diversas vacunas pero que ninguna llega a Perú, etc.) y crece aún más por los reiterados agravantes (inexistencia de camas UCI, especulación en el precio de los balones de oxígeno, hospitales desbordados y faltos de logística mínima, clínicas lucrando a mansalva, personal médico desgastado y vapuleado, etc.).
El trasfondo de este nuevo recrudecimiento sigue siendo el aspecto económico para el Estado. Pese a la evidente alarma, desde un inicio se buscó no afectar las cadenas de consumo en los supermercados, emporios comerciales y bancos (alentando cínicamente las aglomeraciones y focos de contagio). Y luego la atención criminalizadora se centró únicamente en los tumultos de comercio ambulatorio informal. Es claro que el neoliberalismo condena dicha «informalidad» porque excede sus fauces tributarias pero alienta el gran negocio «formal» que ve cifras y clientes, pero no seres humanos.
Y como cereza del pastel están los fake news trasnochados de los antivacunas y los sesgos conspiranoicos con cero criterio científico pero apoyándose en especulaciones irracionales de supuestos expertos o experiencias personales, que generan más zozobra y desconcierto. Vamos mal.