Por un lado está el colonialismo occidental y su imposición sociocultural del pensamiento único, funcional al supremacismo oscurantista que niega el imaginario ancestral, buscando lógicas elitistas y reaccionarias. Y por otro lado está la tergiversación de los saberes autóctonos que —bajo intereses o lecturas sesgadas— deviene en chauvinismos recalcitrantes o nacionalismos obtusos de revanchismo estéril.
Ni lo uno ni lo otro. Nos corresponde la reconstrucción de nuestras identidades originarias conectadas con la diversidad cultural que se prolonga en todo el mundo. Nos corresponde la destrucción frontal de toda idolatría irracional venga de donde venga. Ni colonizaciones sangrientas, ni neoliberalismos salvajes, ni imperalismos genocidas. Tampoco xenofobias delirantes, ni vulgares patrioterismos, ni mesianismos idealistas.
Urge reordenar una batalla cultural para descolonizar pensamientos y apuestas dominantes. Urge reapropiarse de los espacios públicos para erradicar todo rastro de violencia imperial puesto en nombre de calles o plazas. Urge visibilizar a quienes combatieron la imposición y murieron para vivir eternamente. Urge volver a la tierra no para romantizarla inútilmente, sino para fijar posición clara en el fragor de los tiempos modernos. Urge la construcción de un internacionalismo solidario que contemple la potencialidad de cada pueblo, de cada región y de cada cultura.