El evidente encanto de los libros

Existen manías y obsesiones de todo tipo. Existen fijaciones y actos compulsivos que nos definen como personas. Hay apegos extraños y hasta demenciales, otros son intensos y envolventes. Pero ¿cómo describir la maldita costumbre de buscar, rebuscar y adquirir libros con afán punzante? ¿Cómo diagnosticar esa rara sensación de placer desbocado cuando se halla un título casi imposible de conseguir?

Desde las tempranas lecturas de la escuela, donde a veces pasaba más tiempo entre páginas con historias alucinantes y no con «seres reales», sabía que algo duradero me ataría a los libros, quizá como una secuela de complicidad que se prolongaba desde la historias ficticias hasta mis días rutinarios.

Desde que dejé el colegio (y sus rituales monocordes) para asilarme en el tedio universitario, esta extraña ligazón por la lectura fue creciendo. En cuanto caían monedas a mis manos, sabía que debía recorrer los recovecos libreros del Centro de Lima para conseguir algún apolillado ejemplar que me cautive y desconcierte.

Y esta fue la constante hasta hoy. Sumergirme entre cerros de libros empolvados, caminar obnubilado entre librerías antiguas, amando sus joyas escondidas y «odiándolas» cuando sus precios exorbitantes rompían mis posibilidades. Estrechando lazos con compañeros/as de afuera a quienes esperaba impacientemente para ver qué nuevos títulos traían.

Fueron muchas, muchísimas, las veces en que sacrifiqué el dinero del almuerzo por algunos libros hallados al paso. Raro sacrificio del que se disfruta con goce demencial. Y luego a leerlos. A devorarlos de a dos o de a tres, por semana. Recostado y acompañado de chocolates o vino, sentado en el transporte público durante horas, en alguna banca o vereda al compás de algún cigarrillo, entre bocanadas de cerveza, tirado donde sea o como sea (o quien sea), mientras espero a alguien o algo, etc., tantas formas de adentrarse y respirar el aroma de un buen libro y su urgencia por ser comprendido.

Algunos coleccionan discos o juguetes, otros coleccionan ropa o monedas antiguas, hay quienes se llenan de fotos y vídeos, yo prefiero una biblioteca atiborrada de historias e interpretaciones. Creo que en medio de todo, aún en medio de crisis pandémicas de salud o política, nos pueden faltar y fallar muchas cosas, pero que nunca nos falten los libros y el entusiasmo por transformar las ideas en acción militante y trepidante.

¡Feliz Día del Libro!

Foto: Medium