Una república fallida sobre la sangre de su gente

Lo que ocurre en Perú ya ha sobrepasado los límites antes impuestos por los propios gobiernos neoliberales que padecemos, al menos en los últimos 20 años.

Desde las jornadas de diciembre hasta la fecha ya contamos con un promedio de 50 asesinados por balas policiales (muchos de ellos con proyectiles «dum dum»). Hemos tenido jornadas trágicas en Arequipa, Andahuaylas, Cusco, Ica, Ayacucho y ahora en Juliaca. La respuesta del Estado sigue siendo la misma: sangre y fuego contra las protestas sociales.

Desde un marco democrático e institucionalista (que tanto defiende la élite peruana) tenemos una retahíla de violaciones a los derechos humanos y garantías constitucionales contra la población movilizada. Vemos con estupor cómo es que el Estado peruano solo atina a responder con represión criminal antes que buscar la prevención del conflicto social. Es evidente el fracaso del modelo económico pero también de la estructura política sobre la que se sienta las bases de una república fallida que nunca entendió su composición sociológica ni su complejidad cultural.

Arribamos a una conflictividad que no es nueva sino que es el desborde del cúmulo de décadas de postergación y extrema marginación. Hoy estalla un pedazo de territorio que fue fragmentado desde el inicio, que nunca dejó de ser colonia y que jamás se liberó del yugo oligárquico. Los pueblos del interior solo responden ante la impunidad del manejo del país a manos de una minoría que detenta el control absoluto desde los poderes del Estado.

Y es tanta la arremetida de los nuevos y viejos actores de la ultraderecha que nos han llevado a un escenario de derrota segura y permanente, donde cualquier posible «salida» a la crisis termina siendo funcional a sus intereses. ¿Renuncia de Dina Boluarte? ¿Adelanto de elecciones? ¿Cierre del Congreso? ¿Que se vayan todos? ¡Sí! ¿Y luego qué? El panorama inmediato, si es que se cumplen esas demandas, no sería mejor que el ya tenemos. ¿La izquierda hoy tiene capacidad de articular y capitalizar todo el desborde popular? ¿Hay forma de aterrizar sobre tensiones subjetivas hacia la izquierda todo el estallido objetivo que estamos viendo?

Tenemos una efervescencia de gran escala que ha desembocado en acción directa de masas. No es como desde el poder burgués (o sus ecos socialdemócratas) dicen de que se trataría de grupúsculos marginales actuando al margen de la protesta «ciudadana». Más allá de los infiltrados (operadores policiales de «inteligencia») que evidentemente están «camuflados» entre el pueblo enardecido, no subestimemos la capacidad de lucha de los abajo. Hay descontento traducido en confrontación al poder de turno y que debería canalizarse como capacidad política de la clase obrera en alianza con el movimiento popular.

Ahora queda seguir empujando el curso de la historia hacia escenarios de mayor alcance. Es urgente seguir dispuntádole la calle a la represión policial y desde la propia dinámica de la lucha de clases buscar romper la hegemonía sociocultural de la burguesía y sus operadores políticos. La dictadura de la Boluarte caerá, eso es seguro. Y debemos preparar la ofensiva para el siguiente escenario de lucha. Este es un proceso, con avances y reveses, que no se debe abandonar ni subestimar.