Ya lo decíamos; dentro del grueso de la protesta social que hoy se vive en Perú, existe un trasfondo justo y concreto que parte de un malestar generalizado por la crisis socioeconómica que seguimos padeciendo; pero también hay un manejo interesado desde la derecha recalcitrante de siempre que busca no la solución al clamor popular sino usar a la masa como carne de cañón para seguir imponiendo su propia agenda reaccionaria.
Quienes conocemos de cerca o desde adentro la dinámica de una movilización social, entendemos un poco las posibilidades y limitaciones del pueblo en marcha. Una protesta erigida en Paro Nacional o Huelga General crea su propio espiral de acción, coordinación, defensa y solidaridad. Los conatos o desbordes de violencia se intentan canalizar hacia la conquista de la demanda por el bien común; nada tienen que ver con saqueos coordinados afectando a mercados populares o a negocios de barrio.
Y no es que nos asuste la violencia social y pidamos «¡policía y mano dura contra los vándalos!», sino que podemos y debemos diferenciar un pueblo corajudo respecto de simples esbirros e infiltrados a sueldo. El desborde popular existe como hecho objetivo pero también están las manipulaciones y «aparateos» como elementos subjetivos.
Allí está la fujimorista Marta Moyano azuzando temerariamente a los camioneros a bloquear las carreteras y generar caos, allí están las cucarachas de «La Resistencia» rompiendo y robando dentro de la manifestación, allí están los dirigentes apristas metiendo su verborrea anticomunista en las marchas en provincia, allí está la prensa neoliberal que curiosamente esta vez no llama «terroristas delincuentes» a los movilizados pues prefiere poner titulares como «el Perú protesta». Allí están las bancadas de ultraderecha que arman psicosociales con el alza en los precios del combustible y los alimentos.
Abordemos cada periodo de convulsión social con criterio político y militante, fuera de idealismos y/o romantizaciones.