En Perú somos tan caídos del palto que cuando algún bodrio de TV le dice sus verdades a Keiko, les tomamos por «valientes, audaces, frontales, contestatarios, veraces» y no reparamos en que se trata de un guion prefabricado desde las oficinas de los mismos dueños del canal.
Keiko ya no es rentable para ciertos grupos de poder (para otros sí). El consabido antivoto de la Fujimori es un factor que desalienta a un sector del gran empresariado otrora entusiasta financista de cuanto proyecto fujimorista postulara a las presidenciales.
Los «ataques» a Keiko en canales como Willax ni son gratuitos ni son honestos. Es cálculo politico-empresarial. La ultraderecha hoy cuenta con más de una posibilidad en la baraja (incluso con cartas bajo la manga). Saben que es mejor poner la carne en otro asador.
Esto no significa el fin del fujimorato. En absoluto. En tanto maquinaria mafiosa y antimodelo económico, sigue vigente e influyente, incluso hegemónico con aval constitucional.
Hoy Keiko trastabilla pero no cae. Sus tentáculos mutan y nos acechan en forma de López Aliaga o De Soto (principalmente, pero no son los únicos). El agente naranja puede verse de otro color, pero es igual de venenoso.