Los procesos electorales en Perú nunca son aburridos: Dan giros y movimientos, muchas veces, impredescibles. Aunque por lo general se impone eso del «mal menor» y al final terminamos con gestiones del montón (más del mismo contubernio derechista con diferentes peones pero con la misma estrategia de defender a la reina Confiep).
Sin embargo, esta vez pinta un poco más agitado. ¿Imaginábamos que una opción peor que el fujimorato tendría opciones reales de poder? A la base económica ultraliberal y mercantilista (fujimorismo transversal o neoliberalismo peruano) agreguémosle un marco abiertamente ultraconservador en lo social (que no se ruboriza de mostrar su fustán fascista y cavernario). Tenemos un modelo violentamente antiderechos y enemigo de toda disidencia.
Es cierto que la idiosincrasia peruana nos dice que aquí los extremos siempre son bienvenidos, pero esta vez tenemos una posibilidad ultra que usa el descontento social para asegurarle los privilegios a la elite criolla que representan. Y el factor religioso es una carta que están usando con efectividad, incluso a niveles demenciales pero con resultados positivos.
La coyuntura no da para tibiezas ni indiferencias individualistas (subjetivismo sobreideológico). El costo de lo que se nos viene, podría ser muy alto.
Foto: El Comercio