El Padre Jorge y la iglesia popular en San Juan de Lurigancho

Hoy el Padre Jorge Alvarez Calderón descansa en Paz, a sus noventa años (7/7/1930 – 10/7/2020), Jorge fue inspiración de muchos jóvenes luriganchinos. Aquí un testimonio:

Hoy tuve un sueño muy hermoso, uno de los mejores de este periodo de confinamiento. Un viejo amigo, Jorge Álvarez Calderón era el personaje principal en este sueño lleno de colores y alegría.

Desperté de tan buen humor que decidí hacerle ya este homenaje pensado desde hace mucho tiempo, un año atrás, cuando me enteré que él había decidido ir a vivir en un asilo. No lo hice antes porque no encontraba un archivo fotográfico suyo, en blanco y negro, de los años 60. Este archivo registra el flamante proceso de urbanización de Caja de Agua y Chacarilla de Otero. También hay un registro de las actividades de evangelización y construcción de la capilla de “3 Compuertas” , uno de los pueblos más antiguos y punto de entrada del distrito.

Jorge quedó muy emocionado cuando le enseñe mi primer libro de fotografía y me cedió gustosamente el uso de su archivo recién digitalizado por un amigo de su parroquia.

En la búsqueda y ordenamiento de mi archivo para alimentar esta página pude encontrar el suyo. Quedé tan contento que mi alegría se proyectó en un bello sueño.

A Jorge lo conocí hace 45 años, en un retiro espiritual de la Juventud Estudiantil Católica de Sullana. Quedé muy impresionado por este sacerdote que sonreía como si estuviera poseído por la gracia y cuyos modales educados y corteses derribaron las distancias que yo mismo había edificado frente a los curas de esa época (con los más viejos sobre todo).

Por entonces yo tenía 14 años, militaba en la juventud estudiantil católica (JEC) desde los 12. Recuerdo que la mayor revelación en esa época fue descubrir un Dios vivo, que trascendía a las imágenes dolientes y torturadas que veía en el templo y en un rincón de mi casa, donde mi madre había construido su santoral. Por aquellos años redescubría y retroalimentaba mi fe en las conversaciones, en los libros y folletos que hablaban de un Cristo vivo y solidario con los pobres y con la gente que sufre. Uno de esos libros era “Teología de la Liberación” de Gustavo Gutiérrez . Era un libro difícil, no tanto por el lenguaje que usaba Gustavo, si no por la complejidad de los temas que trataba. Cómo concebir la “teología y espiritualidad” desde nuestra práctica evangelizadora y nuestra vida cotidiana.

El aporte de las ciencias sociales en la reflexión teológica de América Latina, esa fue la gran novedad para nosotros que empezábamos a acercarnos a las ciencias sociales, sobre todo la historia. La teología como saber racional” y “la teología como sabiduría” .todos estos temas fueron tratados por Jorge en ese retiro inolvidable. Me deslumbraba la profundidad espiritual en la reflexión y el amplio conocimiento de lo social, pero sobre todo su didáctica y su tolerancia para los que se nos hacía difícil digerir toda la carga cultural de su charla. Eran temas nuevos y difíciles de comprender, pero no me hice bolas y a cada momento preguntaba y repreguntaba. Nunca vi un gesto de fastidio o cansancio en su expresión, todo lo contrario, al parecer le complacía nuestras dudas y asombros y se esforzaba en ser claro.

Estos son los primeros recuerdos de Jorge, el primer cura intelectual que conocí. Ya en Lima, en mis primeros años de residencia, le acompañé en algunas ocasiones a visitar en los hospitales a amigos y conocidos. Recuerdo a un amigo suyo en silla de ruedas que había perdido a su familia en un accidente de tránsito. Aún sedado, con el rostro bañado en lágrimas, trataba de desahogarse y consolarse en los brazos de Jorge. En esas actividades y en largas conversaciones sobre Carlitos de Faucauld (de quien supe después que apodaban el «Morabito», hombre de Dios y el jesuita Teilhard de Chardin, descubrimos que compartíamos la misma pasión por la música barroca, Mozart y los cantos gregorianos.

En aquellos años, Fernando Távara Castillo y el finado padre José Seminario Pingo me hablaron de lo que ya se había convertido en una leyenda en la trayectoria de Jorge. Él y su hermano mayor, Carlos, habían optado no sólo por el sacerdocio sino que habían renunciado a la fortuna que poseía su familia (dueña de un banco poderoso) para dedicar su vida a la causa de los pobres y al proyecto de construcción de una Iglesia Popular. Esto me sorprendió y me alegró porque yo tenía una idea muy negativa de los curas, sobre todo los de Sullana, déspotas con el pueblo y angurrientos con las limosnas y donativos de los ricos.

Sus primeras experiencias de evangelización las realizó en San Juan de Lurigancho, en los primeros años de la década del 60 del siglo pasado, por entonces una zona preponderantemente agrícola. Los primeros pobladores del Pueblito, capital del distrito, lo recuerdan con mucho cariño, pero fue en 3 Compuertas y Caja de Agua donde realizó a plenitud su labor apostólica. La Iglesia Popular de San Juan de Lurigancho tiene en él su iniciador y más entusiasta promotor.

En los últimos años con la salud algo resquebrajada decidió, junto a su amigo el sacerdote francés Jean Dumont, alojarse en un asilo de ancianos de la avenida Brasil. Por esos días la revista ideéle publicó un reportaje sobre su vida. La periodista reflexiona sobre la decisión de Jorge quién pudiendo vivir sus últimos días en una mansión o en una casa acomodada con mayordomo o empleados de hogar, decide ser coherente y fiel a sus decisiones y elecciones de antaño.

Hoy, internado en una casa de reposo de Pueblo Libre está batallando contra un cáncer del páncreas. Fuerza viejo querido, tú eres uno de mis referentes y guías. Las decisiones que tomé cuando era muy joven las tomé inspirado en tu ejemplo.

POR: JORGE EDUARDO MARTÍNEZ