Listo, una vez más pasó lo previsible. No hubo vacancia y todo sigue como antes, como siempre. Queda claro que fueron jugadas de ajedrez buscando algún jaque final que nunca llegó porque se dieron movidas previas, hilvanadas para generar zozobra política sin mover el meollo económico. Todo para el aplauso y distracción del convencido público.
Resulta curioso que los promotores iniciales de la vacancia se echaran para atrás y terminaran sintonizando en las votaciones con las bancadas liberales y de «izquerdista». Se habla de «defensa de la democracia y la institucionalidad» cuando en realidad es la salvaguarda del modelo económico antipopular y su profundización bajo las exigencias de la Confiep.
Queda claro que en este lío de derechas, hubo un claro ganador de clase. No importaba qué bando se impusiera, pues las directivas neoliberales se mantuvieron. Y asistimos a un nuevo episodio histórico donde la izquierda oficialista queda expuesta como punto muerto de oposición política de masas con capacidad de políticas nacionales, para terminar siendo un ínfimo apéndice gubernamental sin independencia ni capacidad de articulación programática.
Vizcarra se queda. Los congresistas provacancia y sus partidos reaccionarios/oportunistas también. Se queda la política del estrepitoso mal manejo del país en tiempo de crisis social. Se queda el Congreso rastrero, vil y calculador. Se quedan las recetas económicas de despidos masivos, desempleo generalizado y desgracia sanitaria. Se quedan los ridículos esperpentos parlamentarios y sus infulas absolutistas. Se quedan los mismos actores de esta tragicomedia donde los que realmente pierden son los de siempre: la clase trabajadora y los movimientos sociales. Así estamos.
¿Cuál es el sentido de las «Abstenciones» en las votaciones parlamentarias?
¿Por qué la democracia representativa considera esta opción como válida en procesos donde se discuten políticas nacionales, reformas sustanciales o votaciones cruciales? ¿Por qué quedarse al margen o por fuera cuando hay que decidir fuerte y claro? ¿Por qué decir «ni SÍ ni NO» cuando las papas queman y urgen las definiciones?
¿Es un burdo pragmatismo que intenta tranquilizar consciencias o desligar responsabilidades? ¿Es la política del «pecho frío» que dice una cosa pero hace otra, y no asume compromisos tangibles? ¿Qué mensaje político se da al país o qué impacto inmediato se consigue? ¿Hay acuerdos y cálculos previos para consensuar una abstención mientras todo el Perú está hastiado de más corruptela y mediocridad burguesa? ¿Por qué no sentar una posición clara de principio a fin, acorde a una claridad programática? ¿Hasta cuándo con el «ni chicha ni limonada»?
POR: FRANZ VERNE, Periodista e Investigador Social